lunes, 2 de mayo de 2016

Terminal invisible

Todavía te recuerdo a mi lado como si ya no fuéramos dos desconocidos, como si tu alma y la mía todavía estuvieran enlazadas por una cinta invisible a los ojos de la realidad. Al principio, cuando llegaste a mi vida yo sabía que tú y yo sólo estábamos esperando en el aeropuerto a que tú avión saliera. Sin necesidad de que nadie me lo dijese sabía que yo sólo era una compañía, algo temporal hasta que el vuelo despegara. Sin embargo algo falló, el avión se retrasó más de la cuenta y me encariñé de ti como quien acoge a un cachorrito abandonado e intenté cuidarte y protegerte. Lo admito: olvidé que seguíamos en la terminal de un aeropuerto y que yo no tenía billete para montar en tu avión. Tal vez mi ingenuidad me jugó una mala pasada y llegué a soñar que tú romperías el billete y te quedarías junto a mí en la terminal.

Sabes el final, ¿no? El avión llegó, tú montaste en él y yo me quedé en la terminal prometiéndome inútilmente que no me encariñaría de más pasajeros.

A día de hoy sigo en un asiento de la misma terminal. Mucha gente ha pasado por aquí. Muchos de ellos han girado la cabeza en mi dirección al pasar para recorrerme con la mirada, algunos incluso se han sentado a mi lado. Pero yo, fría como una estatua, no he sido capaz de interactuar con ellos o levantarme de mi silla a saludarlos. No ha sido por falta de ganas, te lo advierto. Simplemente se ha debido a que mi corazón sigue hecho pedazos en el suelo del avión que cogiste porque, en una de las tantas veces que jugabas con él, se te calló.

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